Ötzi, o el “Hombre de Similaunn” (la momia del Calcolítico que apareció en un glaciar del Tirol Meridional) llevaba un cuchillo de piedra en una funda hecha de cestería. Fundas así se pueden ver en Africa Central y Meridional en la actualidad. En la Antigüedad y en la Edad Media europea eran frecuentes las fundas de madera recubiertas o no de cuero. Pero en los últimos siglos el material más frecuente para las fundas ha sido el cuero grueso. En la actualidad, cada vez se ven más fundas de “Kydex”, que es una resina sintética en placas que se moldean en caliente. Es muy práctico, pero estéticamente deja mucho que desear, desde mi particular punto de vista. Sigo prefiriendo el cuero, pero no cualquier tipo de cuero ni cualquier forma de funda.
De entre los numeroso curtidos que existen, sigo prefiriendo los cueros al tanino, que es el curtido “vegetal”. El resultado es un material suficientemente flexible para ser moldeado húmedo sobre el propio cuchillo, y seco es lo bastante rígido como para sujetarlo firmemente y proteger la hoja y a su usuario. Los cueros al cromo son suaves, flexibles y muy buenos para calzado o para asientos de Rolls Royce, pero son demasiado blandos para una funda en condiciones. Además, las sales empleadas en el proceso de curtido oxidan las hojas y manchan el mango a una velocidad pasmosa.
Los cueros “al tanino” permiten también el repujado, para quien le guste esa técnica decorativa.
Me encantan también las fundas “mixtas” de los cuchillos nórdicos: madera o asta de reno cubriendo la hoja, y cuero envolviendo gran parte del mango. Las posibilidades decorativas que ofrece la parte de asta o madera son tan sugerentes para un artesano como un lienzo en blanco para un pintor.
Este tipo de fundas profundas se hacen también enteramente de cuero, y eran frecuentes en la Edad Media para los pequeños cuchillos de uso personal que llevaba todo el mundo. Con una funda así, no hacen falta correas alrededor del mango ni de las guardas, ni broches de presión, ni cierres suplementarios ni nada que estorbe o complique la extracción, porque el centro de gravedad del cuchillo queda dentro de la funda, y ésta envuelve la empuñadura como un guante, así que el cuchillo no se sale si no quiere su dueño.
Para llevarlo encima, lo normal es sujeto al cinturón, fijo o bailando, lo que parece incómodo e incordiante, pero no lo es tanto si se piensa en cómo se nos clava la funda en la cadera o el mango en las costillas al sentarnos. Con una sujección “flotante”, el cuchillo no estorba nunca. O casi: es cierto que al correr golpea por todas partes, así que no lo recomiendo para un cuchillo mediano-grande.
Hay culturas en las que el cuchillo se lleva sujeto al brazo o al antebrazo, y algunas naciones indígenas del Este de Norteamérica llevaban el cuchillo colgado del cuello, un poco como se ve ahora con algunos de esos horribles cuchillos “tácticos”. Lo de colgarlo boca abajo en las correas de la mochila lo dejaremos para aprendices de Rambo.
Una forma práctica de llevar un cuchillo grande es cruzado en el cinturón, casi horizontalmente, a la espalda, de manera similar a como hacían algunos tramperos norteamericanos de la Rocosas a mediados del siglo XIX. Ni lo notas al sentarte (a caballo, en una piedra, en el suelo o en el coche). Así llevaban también el carcaj no pocas naciones amerindias.
¿Existe el cuchillo de monte ideal?
I – Forma de la hoja.
II – Perfil de afilado.
III – Aceros.
IV – ¿Forjado o mecanizado?.
V – Mangos.
VI – Agarres.
VII – Fundas.
VIII – ¿Industrial o artesanal?.
IX – Epílogo.