Desde niño, siempre he llevado una navaja en el bolsillo o un cuchillo al cinto. Nacido a finales de los 50, pertenezco a una generación que aún tenía relación con el medio rural español más allá de lo que se ve en la TV o lo que cuentan los abuelos. Me crié a caballo entre una casa con árboles a las afueras de Santander y una finca ganadera en la dehesa salmantina. Para mucha gente de mi edad, una navaja o un cuchillo son una herramienta de corte de usos múltiples: cortar una rama, un trozo de cordel, pelar un palo, abrir un sobre, un paquete, preparar el bocadillo, comer embutido en medio del campo, limpiarme las uñas, tallar un trozo de madera mientras pasa el tiempo sentado a la sombra de un castaño… Más tarde, y ya de caza o de acampada, preparar la cena, abrir o destazar una pieza recién cazada, cavar un hoyo en el suelo, cortar unas ramas que estorban el tiro desde el puesto… Siempre una navaja o un cuchillo a mano.
Sigo viviendo en el campo, cerca de una aldea de la comarca de Trasmiera, en Cantabria, y sigo llevando a diario un pequeño cuchillo en el cinturón.
He pasado gran parte de mi vida adulta trabajando con las manos, principalmente la madera, y no siempre las gubias, formones y cuchillas de tallista con los que me he topado me han resultado satisfactorios: invariablemente, la herramienta antigua comprada en mercadillos me resultó más fácil de afilar y de corte más duradero e idóneo que los relucientes útiles inoxidables de la producción moderna.
Hace algunos años empecé a fabricar mis propios cuchillos porque ni los aceros ni los diseños de lo que veía en el comercio acababan de hacerme sentir a gusto.
Procuro que mis creaciones guarden una cierta evocación a monte y a bosque, a aire libre, a pueblos mal llamados primitivos, a naturaleza salvaje y olor de fogata. Materiales naturales para cuchillos que espero estén a menudo en un entorno natural, en manos de personas sensibles y respetuosas con montes, ríos, animales y plantas. Huyo de materiales de alta tecnología, diseños radicales y aspectos agresivos: nada, pues, de cuchillos de combate, navajas tácticas, empuñaduras de Kraton o titanio u hojas puntiagudas de doble filo; nada de armas de comando especial, puñales de asesino nocturno ni estiletes de gamberro suburbano.
Algunas de las características de mis cuchillos son:
Las hojas Invariablemente, de acero al carbono; es decir, que no son inoxidables, si es que tal cosa existe. De todas formas, ¿qué hombre de monte que se precie dejaría oxidar la hoja de su cuchillo? Basta con pasar un paño (o la pernera del pantalón, frecuentemente) para secarlo después de cada uso…
La mayoría de las aleaciones que contienen cromo, en un porcentaje elevado (alrededor del 15%), lo que son es resistentes al óxido, pero no totalmente inoxidables. Lo malo es que esas aleaciones llevan otros elementos (vanadio, titanio, molibdeno, etc.) que pueden ser muy útiles para otros usos del acero (fregaderos, rodamientos…), pero para una herramienta de corte no suelen ser lo más apropiado. Tengo que reconocer que en los últimos años hay ya aleaciones inoxidables que sí funcionan muy bien.
El acero al carbono, el viejo acero del formón de antaño, el hacha del leñador o la navaja del abuelo, permite obtener un filo que no consigue superar ninguna de las aleaciones “inox”, al menos que yo haya probado.
Tengo una pequeña fragua portátil, y según los casos, forjo las hojas a martillazos sobre el yunque, o bien mecanizo placas de acero con una gran lijadora de banda. Unas veces uso material de reciclaje (limas viejas, hojas de sierra, etc), y otras acero comprado en almacén. Y en ocasiones, también empleo hojas hechas en Escandinavia o en Solingen, que compro a otros fabricantes. Desgraciadamente, o eso me parece a mí, en Albacete o Toledo casi todos los proveedores usan aleaciones “inox al Molibdeno-Vanadio”.
Las aleaciones de acero que uso tienen una dureza Rockwell de 57-59 HRC y contienen entre un 0.8 y un 0.9 % de carbono, además de otros componentes como fósforo, manganeso, vanadio o cromo en proporciones que no superan el 1%.
Me gusta el afilado recto escandinavo o de tipo “sable”: es bastante robusto para un uso general y es más fácil de reafilar por el usuario. El famoso vaciado cóncavo permite llegar a grados de corte de navaja barbera pero debilita algo la hoja, se borra rápidamente y no es fácil de reavivar salvo si se es muy hábil afilando.
Recomiendo las piedras de polvo de diamante: caras, pero rápidas, indeformables y duran una eternidad. El retoque y pulido final del filo, con cuero y pasta de afilar, a mano. Ver afilado y mantenimiento
Las hojas no son más finas de 3mm ni más gruesas de 5mm. En general son bastante robustas. Un pequeño utilitario que se parta al apalancar una astilla en una estaca, o un gran cuchillo de monte que no aguante cavar un hoyo en la tierra o cortar leña seca son fallos que no me permito.
Los mangos
Siempre empleo materiales naturales, favoreciendo la madera, el asta de ciervo, el cuerno, hueso y cuero y las combinaciones entre unos y otros. Suelo incluir finas rebanadas de cuero o corteza entre las piezas de madera y hueso o asta, para definir visualmente los materiales, y para que actúe como junta de dilatación y antiderrapante: con un mango pulido, se agradece. En muchos modelos efectúo grabados en las partes de asta o hueso a partir de figuras geométricas, vegetales o abstractas. No soy tan buen dibujante ni grabador como para atreverme a hacer “Scrimshaw” o grabados con temas de animales o paisajes. Además, no padezco de “horror vacui”, y me disgustan los objetos muy recargados…
A veces veo en ferias o en mi taller, cómo agarran el cuchillo algunos de mis clientes. Y se nota que no usan a menudo un cuchillo. Pinchando aquí se puede mejorar la técnica.
Las fundas
Si son de cuero (la mayoría de los casos) empleo pieles curtidas artesanalmente al tanino (curtido vegetal) que traigo de Palencia, de casa de una familia encantadora que lleva cinco generaciones en el negocio. El cuero para mis fundas tiene un mínimo de 4 mm de grosor (7-8 onzas), y moldeo la funda sobre el propio cuchillo, con el cuero mojado, para conseguir un ajuste perfecto que no necesita correas, broches ni automáticos para sujetar el cuchillo. Aunque el cuchillo se ponga boca abajo, no se cae de la funda. Sin embargo, la extracción se consigue fácilmente con una sola mano cuando el cuchillo va al cinto.
La costura de las fundas la hago a mano, con doble cabo y dos agujas, (punto sillero), usando hilo de lino encerado o tendón artificial. Otra opción consiste en coser empleando una fina tira de cuero para hacer un trenzado o costura decorativa. La parte de la funda que toca el filo del cuchillo lleva un inserto de cuero para evitar que la hoja corte la costura.
En determinados modelos de cuchillo la funda puede combinar materiales, siendo de madera o asta la parte de la hoja, y de cuero la parte que envuelve el mango. Este modelo, inspirado en los cuchillos nórdicos, permite incluir decoraciones en la funda: repujados en el cuero y grabados en la madera o asta.
Para cuchillos de monte grandes suelo incluir en cada funda más de un sistema de enganche al cinturón ( ver aquí) y a veces una correa de ajuste al muslo (por si molesta un cuchillo que golpea la pierna a cada paso).
Tanto si las fundas son de cuero (rígido o engrasado), de madera o de asta, está garantizada la protección del filo del cuchillo y la del usuario: nunca la punta del cuchillo traspasará la pared de la funda en caso de caída o de inserción desviada.
Los acabados
Son a la cera o al aceite, o una combinación de ambos. A mis cuchillos les encanta la grasa de jamón, embutidos y queso, y contribuye a que los mangos y fundas adquieran una hermosa pátina de uso. Y protege la hoja del óxido. En general, dejo las hojas satinadas, pero si un cliente lo requiere, puedo pulirla como un espejo: es sólo cuestión de “grasa de codo”, pasta de pulir y tiempo. No recomiendo este acabado porque resalta cualquier rayadura que se produzca durante el uso.
Los diseños
Paso más tiempo diseñando cada cuchillo que realizándolo. No construyo cuchillos en serie, cada pieza es única. Así todo, voy comprendiendo poco a poco ciertos principios de ergonomía que aplico a cada cuchillo. Desde los grandes cuchillos de monte a los pequeños utilitarios de uso cotidiano incluso en la ciudad (hojas de menos de 9 cm), pasando por los desolladores o los cuchillos de caza, estudio cada posible modo de empuñarlos, cada posición de la mano en cada operación, el número de dedos que rodea el mango y dónde colocar cada uno, cómo encaja el pomo en la palma de la mano en los pequeños cuchillos de “tres dedos”, cómo empuñar “a la contra” un cuchillo de caza al abrir una pieza, cómo rellena la mano tal o cual mango, si conviene añadir una guarda o si va a ser un estorbo, si el índice puede deslizarse hasta el filo, si el pulgar se apoya bien para equilibrar el corte… Doy vueltas y revueltas en la mano las plantillas de cada futuro mango hasta quedar satisfecho, quitando material aquí y allá, rellenando con resina o añadiendo un taquito de madera que luego redondeo en el pomo del prototipo… Una tarea ardua.
El diseño de la hoja no le va a la zaga: curvas de corte, puntas caídas, filos rectos o con leve curva que se acentúa al final. Busco perfiles de corte que no fatiguen la muñeca, que no obliguen a torcer la mano en giros extraños, que puedan pelar una manzana o cortar una vara de avellano con la misma facilidad. Veo el cuchillo como un conjunto, no la hoja por un lado y el mango por otro.
Suelo favorecer las hojas anchas, primero porque son más robustas, y permiten ser afiladas y reafiladas durante más tiempo; luego porque le restan aspecto agresivo al cuchillo, reforzando la idea de herramienta de corte y descartando la imagen de arma, y finalmente porque van más en concordancia estética con los mangos rechonchos y macizos que suelen tener mis creaciones.
Esto no quiere decir que no construya también cuchillos finos y estilizados, pero en ese caso serán pequeños cuchillos de empuñar con tres dedos, de hoja corta y perfil poco amenazador.
Por último, procuro mantener un equilibrio de líneas, formas y colores en mis cuchillos, basado en mayor o menor medida en la estética del arte popular y de la decoración de algunos pueblos y culturas que me resultan atractivas por motivos diversos.
Si consigo o no producir objetos bellos y útiles, ya no me corresponde a mí juzgarlo.
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Este enlace lleva a una página donde explico mi visión de un cuchillo ideal: ¿Existe el cuchillo de monte ideal?. He de advertir que este texto tiene ya más de 12 años, y que hay algunas afirmaciones que hoy matizaría.
Y aquí se me ve trabajar un poco: