Los arcos y las flechas llevan entre nosotros más de 10.000 años. Durante milenios, estos artefactos sufrieron pocas variaciones en lo que respecta al materiales y técnicas constructivas : madera, fibras vegetales, o animales, piedra o metales… A mediados del siglo XX, sin embargo, nuevas materias y nuevos diseños cambiaron radicalmente el mundo de la arquería. La aparición de la fibra de carbono y los arcos de poleas en el último tercio del pasado siglo fue el cénit de la tecnología aplicada al mundo de los arcos y las flechas… para algunos.
Para muchas otras personas, las cosas habían ido demasiado lejos, o más bien, por otro camino.
En Occidente, no se usa el arco y las flechas como arma de guerra desde finales de la Edad Media, pero centenares de miles de personas mantienen su empleo dentro de contextos deportivos o recreativos. Afortunadamente, muchas culturas no occidentales aún emplean el arco y las flechas en su vida cotidiana, y la información que tenemos sobre su uso es abundante.
En Norteamérica, las naciones indígenas usaron el arco y las flechas hasta períodos recientes y las descripciones de primera mano de su material y los ejemplares conservados nos permiten conocer no pocos detalles acerca de la adaptación de cada cultura a los materiales, usos y funciones de estos arcos y flechas.
En Europa, además de descripciones de épocas históricas, existen suficientes restos arqueológicos como para hacernos ya una idea bastante detallada sobre la arquería practicada por nuestros antepasados.
Para quienes nos interesamos menos por los aspectos « high tech » que por explorar las posibilidades que las materias naturales pueden dar en cuestión de arcos y flechas, el movimiento de la « Arquería Primitiva » ha sido un refugio y un medio en el que nos sentimos cómodos, lejos de la competición a ultranza, la obsesión por hacer puntos, o por tener el último modelo de máquina lanza-flechas con materiales y aspecto de cohete intergaláctico.
Cada cual tiene sus gustos, pero para mí, una vara doblada, una flecha de palo, unas plumas de ave y una cuerda de lino me bastan.
Los primeros arcos que tuve fueron, ¡cómo no ! simples varas dobladas. Luego fui viendo que unas maderas daban mejor resultado que otras. Recuerdo un arco de laurel que duró mucho más que los habituales de avellano. También fui aprendiendo a rebajar los extremos del arco, para conseguir más equilibrio entre las dos palas. Recuerdo el día en el que descubrí que las plumas de las flechas no eran decorativas, sino que servían para que el proyectil volase recto. Con una simple cartulina insertada en una raja hecha en un extremo de la vara, y luego ligada con unas vueltas de hilo y cola…¡milagro ! la flecha ya no caía a tierra al cabo de unos pocos metros. ¡La cantidad de horas y de flechas disparadas los sábados por la tarde en el jardín familiar que pude pasar !
Después, me regalaron un arco « comprado » que tenía las palas planas, pero no me duró mucho tiempo. Es el de la foto: ya se ve la pala superior a punto de cascar. Eso me pasó por dejar a un vecino mayor que tensara el arco. Y se pasó de apertura.
El último arco que tuve en mi niñez me lo regaló mi padre. Lo fuimos a comprar ya a una tienda de deportes, no a una juguetería. Era un longbow de ratan, desmontable en la empuñadura, que era un tubo metálico. Con el set venía un carcaj sencillo y tres flechas, con plumas y punta metálica cónica, que mi padre se encargó de redondear rápidamente. Ese arco sobrevivió hasta bien pasada la adolescencia, pero cuando quise recuperarlo, hacia los veintitantos años, mis padres no sabían ya qué había sido de él. Lástima…
Hasta los treinta y cuatro años no volví a tensar la cuerda de un arco.
Pero me compré un recurvado olímpico.
Craso error.
Ni el aspecto del arco, ni su comportamiento tenían nada que ver con lo que yo recordaba de mi niñez.
¡Y para qué hablar de todos los aparatajes que habían llegado al mercado !
No sé si por cuestiones de precisión, o de puro consumismo, ahora había clickers, botones de presión, estabilizadores como antenas de televisión, poleas, materiales de la Era Espacial y una forma de tirar tan estática, tan rígida, tan competitiva que yo ya no reconocía los gozos de mi infancia y adolescencia soñando con Robin Hood, con los guerreros Lakota y los cazadores Shawnee.
Busqué otra cosa, y acabé encargando a Estados Unidos un longbow laminado. Un 21th Century, de excelente diseño, factura, acabados y rendimiento. Por la época, creo que fue el primer Century que llegó a España. Con él salí a cazar el jabalí durante algunos años. Con escasa fortuna, la verdad : ya está difícil la cosa con arma de fuego, así que con arco…
Entrando en calor un día que no se pudo cazar por la nevada
Un compañero de la cuadrilla de caza, José Luis Gainzarain, cazaba con un arco de 60 libras, de fresno, que se había hecho él mismo. El resto de los cazadores a veces nos hacían bromitas sobre nuestros arcos « de palo ».
Como soy un manitas, y no puedo parar quieto, y tengo bastante experiencia en el trabajo de la madera, empecé a considerar la posibilidad de hacerme un arco. Uno sólo de madera, como cuando era niño, pero ahora quería uno que funcionase como es debido.
Y empecé a buscar información. En la era de antes de Internet (sí, existió ese tiempo), en lengua castellana no había publicados más que un par de artículos sobre fabricación de arcos de madera, así que recurrí, por supuesto, a la bibliografía en inglés.
Y ahí se abrió un mundo nuevo. La revista « Primitive Archer », y los tres volúmenes de la « Traditional Bowyer’s Bible », además de algunas otras publicaciones, especialmente de Jay Massey y Paul Comstock hicieron milagros haciéndome ver « huevos de Colón » en los que no me había parado nunca a pensar. Los artículos de Tim Baker sobre diseño eficiente de arcos deberían ser lectura obligada para toda persona que quiera hacer un arco de madera.
Al mismo tiempo, tuve la suerte de obtener una beca para hacer un curso de fabricación de arcos con Gary Ellis, en Tennessee.
Gary, que es un tipo fenomenal, me puso a manos a la obra rápidamente, y con él tuve la oportunidad de trabajar el mítico « Osage Orange » (Maclura pomifera), « Bois d’Arc » o « Madera de arco », como lo llamaron los tramperos franceses.
Es una madera dura, nerviosa y muy particular. El primer día tenía unas agujetas tremendas de tirar del bastrén para sacar la albura del lomo del arco, siguiendo una veta.
Gary me enseñó muchas otras cosas, técnicas y trucos, y toda una personal filosofía de la vida, en parte salida de su ideología bastante libertaria, de su propia experiencia vital y de sus raíces Cherokee.
De vuelta de América, seguí participando en el Campeonato Europeo de Tiro con Arco y Propulsor Prehistóricos, que es la mejor forma de permanecer en contacto con este tipo de arquería en un ambiente de, la verdad, poca competición y mucho intercambio personal, de información, de material y de comida y bebida.
Dos situaciones de tiro muy distintas : en el monte en invierno, con un recién estrenado arco de « naranjo de Osage » (Maclura pomifera) ; y en la Expo de Hannover, en una exhibición de tiro durante un taller de Tecnologías Primitivas. El lema de la Expo 2000 fue « Humanidad, Naturaleza, Tecnología ». En vez de « High Tech » como hizo la mayoría, yo me dediqué a presentar « Low Tech ».
A lo largo de estos años he cambiado algo mis preferencias en materia de arcos. Del longbow inglés, con sección semicircular, he ido prefiriendo el « flatbow », o arco plano de la Prehistoria europea y de no pocas naciones amerindias. Encuentro que es un diseño más eficiente, más confortable en la suelta, y fácil de realizar con más tipos de madera. últimamente ando enredando con el « Perry reflex », y los laminados de bambú. No descarto hacer algún arco compuesto asiático, con recurvas estáticas, núcleo de madera, vientre de láminas de cuerno y lomo de tendón desfibrado.
Pero sigo fiel a mi preferencia por el « flatbow ».
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