La cantidad de formas y materiales disponibles en el mercado es casi ilimitada. Personalmente me gustan los materiales naturales (madera, cuero, asta de ciervo, etc. ), pero soy consciente de las buenas prestaciones de algunos materiales sintéticos. El Kraton, el Neopreno y otras “gomas” artificiales dan una óptima sensación de agarre, al ser antideslizantes, y relativamente “blandas”, y la “Micarta” (una especie de papel prensado) y la “Pakkawood” (láminas de madera teñida y prensada) tienen la ventaja de ser indeformables, además de tener un reducido coste, pero para mí, insisto, la belleza y calidez de un mango de madera o asta no tiene rival. Es posible que requieran ciertos cuidados y mantenimiento (si secar y engrasar de vez en cuando son “mantenimiento”), pero no son materiales tan delicados como algunos fanáticos de la estética “High Tech” pretenden hacernos creer, porque, no nos engañemos: la mayoría de las veces todo esto es más una cuestión de estética que de prestaciones. Hay, sin embargo, un material natural que no me gusta, y no por falta de estética: el cuerno de vacuno. Se deforma con los cambios de temperatura y humedad, y no es difícil que se desescame o aje al cabo de cierto tiempo. Procuro evitarlo.
Sobre las formas de los mangos, creo que hay que huir de diseños radicales, porque pueden estar pensados para un agarre concreto, pero por fuerza serán incómodos al darle la vuelta al cuchillo. En general, la mano humana se adapta razonablemente bien a todo tipo de mangos, pero si nos fijamos, no hay ni una sola línea recta en la mano, así que no veo la razón para que las haya en una empuñadura. Las formas ahusadas son seguramente las más ergonómicas y versátiles, permitiendo numerosas formas de agarre, y a partir de ahí se pueden introducir otros elementos, como muescas o bultos que señalen puntos críticos del mango, tales como una insinuación de guarda o una depresión que refuerce el inicio del pomo (si lo hay).
Es difícil describir cómo diseño un mango, porque parto de un croquis en un papel, que paso luego a madera, y luego voy añadiendo o quitando material en la plantilla previa al prototipo, dando vueltas en la mano, probando distintos agarres y posiciones. Supongo que otros cuchilleros hacen algo parecido, si se preocupan de la ergonomía tanto como yo. En cuchillos grandes suelo incluir un pomo plano, porque puede usarse como un martillo de urgencia. O servir para golpear con la mano abierta o con un palo si hay que clavar el cuchillo en un material duro, por las razones que sean.
Sobre la forma de unir la hoja a la empuñadura, hay básicamente dos procedimientos:
Sistema «enterizo»:
Aquí, la hoja se prolonga adoptando la forma del mango, al que se le fijan dos placas (las “cachas”) a ambos lados, sujetas por tornillos o remaches de distintos tipos. Es desde luego, un sistema muy robusto, pero suele resultar pesado y puede desequilibrar el cuchillo. Algunos fabricantes lo solucionan “esqueletizando” la parte del mango que queda bajo las placas, y otros reducen el grosor de la hoja cuando ésta se convierte en mango. Yo le veo dos inconvenientes a este sistema: si la hoja no es “inox” (cosa deseable), siempre se acabará colando algo de humedad entre placas y acero, y acabar oxidando la empuñadura. Si las cachas son de materiales naturales, esa misma humedad encerrada acabará también afectando a las placas. ¿La solución? Emplear acero inoxidable y cachas de material sintético. Bueno, pues vale, pero no es mi estilo. A quien le guste, buena suerte.
El otro inconveniente es más accidental, pero prefiero mencionarlo. Si por lo que sea, las placas del mango se desprenden, no es fácil improvisar una solución con materiales de fortuna sobre el terreno, so pena de sufrir ampollas en las manos o hacer engordar el mango hasta dimensiones incómodas de empuñar.
Sistema de «espiga»:
La hoja se prolonga en forma de estrecho apéndice que puede llegar hasta el pomo, o acabarse antes, según los fabricantes. La empuñadura se construye insertando el material del mango (en forma de tubos o rodajas, o combinando ambas) en esta espiga hasta asomar o no por el pomo o su equivalente. En caso de que asome por el remate final del mango, suele remacharse o atornillarse allí. Pero esto no es estrictamente necesario: muchas empuñaduras de espadas medievales estaban sencillamente fijadas con estaño fundido que se hacía colar hacia el interior del mango. Si la espiga tiene hechas algunas muescas o ranuras, el estaño se meterá en ellas y contribuirá a la sujección. Posteriormente, se ha usado resina o brea, y últimamente, pegamentos epoxi. Nunca he visto que se suelte un mango fijado así, salvo que se caliente la empuñadura a más de 60º centígrados (¿Y para qué iba a calentarse una empuñadura a esa temperatura?). Si la espiga presenta un agujero a media altura, puede también remacharse el mango a través de ese orificio. Es el sistema empleado en loskatana japoneses.
Lo mejor de este sistema es que es ligero, admite muchas combinaciones alternando materiales duros y pulidos con otros blandos y antideslizantes, como en los cuchillos nórdicos, por ejemplo, o bien usar materiales antiderrapantes, como las rodajas de cuero prensado (los famosos cuchillos de marine de la Segunda Guerra Mundial) o de corteza de abedul (como en ciertos cuchillos rusos, suecos y fineses). Además, en caso de rotura del material del mango, no hay más que envolver la espiga con cuerda, paja, trapos o lo que se tenga a mano, y el mango está listo para usarse de nuevo sin problemas de ampollas o de ergonomía.
¿Existe el cuchillo de monte ideal?
I – Forma de la hoja.
II – Perfil de afilado.
III – Aceros.
IV – ¿Forjado o mecanizado?.
V – Mangos.
VI – Agarres.
VII – Fundas.
VIII – ¿Industrial o artesanal?.
IX – Epílogo.