Sin flechas, un arco sirve de poco…
En los últimos tiempos, se van viendo flechas de materiales diversos como aluminio o fibra de carbono, que seguramente son adecuadas para el tiro deportivo de precisión, pero que no dan tan buen resultado en la Naturaleza. Las flechas de aluminio de doblan al impactar con cualquier objeto duro, sin garantías de poder enderezarlas satisfactoriamente. Las de fibra de carbono pueden estallar en mil pedazos o astillarse, dejando restos afilados como agujas por todas partes. Restos no biodegradables, por cierto…
Además, su fabricación implica unos procesos industriales que no casan con el espíritu de la arquería natural.
Tradicionalmente, las flechas son básicamente de madera, con otros materiales añadidos a ambos extremos: hueso, plumas, piedra, metal…
Contrariamente a lo que piensan los profanos, las plumas de las flechas no son decorativas: son el timón de cola, la estabilización y lo que dirige la flecha hacia el blanco. No tenemos pruebas arqueológicas de los materiales empleados para la estabilización de las flechas en la Prehistoria, pero el registro histórico y etnográfico nos muestra que las plumas de ave se llevan la palma, aunque existen ejemplos de otros materiales como hojas de plantas y finas láminas de madera o corteza. También pueden y parecen haber sido empleados penachos de fibra vegetal o pelo animal, pero la sustentación y estabilización que aporta la superficie rugosa y plana de las plumas de ave es idónea. Las dimensiones de las plumas dependen del uso de la flecha, la potencia del arco, la distancia de tiro, el peso general de la flecha y el tipo de punta que lleve, entre otros factores. Y el tipo de fijación al vástago de la flecha varía también entre culturas, pero parece que tres medias plumas sujetas perimetralmente con intervalos de 120 grados es sistema más extendido. No obstante, una sola pluma insertada longitudinalmente y cuyas barbas asomen a ambos lados del vástago puede funcionar relativamente bien. O dos plumas amarradas en sus extremos y opuestas una a otra, como las documentadas en naciones amerindias del Sureste de Estados Unidos
Ya hemos mencionado que los vástagos son esencialmente de madera, pero también existen variaciones. Lo natural es pensar que un brote o rama recta es la opción más extendida, pero sin embargo abundan los ejemplos etnográficos de flechas talladas a partir de listones de madera desgajados de troncos de mayor diámetro. Operación ésta fácilmente realizable con herramientas de baja tecnología, como cuñas de madera, piedra o hueso. Pero, ¿para qué molestarse en rajar un tronco, sacar listones, tallar los listones en forma cilíndrica, calibrar, pulir, etc cuando hay ramas que tienen ya esa forma y dimensiones?
Flechas «tradicionales» de madera con punta metálica de caza mayor, y culatín añadido |
Respuesta: para obtener vástagos más rectos y estables.
En efecto, las ramas o brotes naturales tienen una fastidiosa tendencia a torcerse, y aun cuando pueden enderezarse aplicando calor, vuelven a recuperar su forma torcida original en cuanto las condiciones de humedad y temperatura cambian. Y puedo asegurar que se obstinan en hacerlo…
Con esto no quiero decir que los vástagos «tallados» no se tuerzan, pero lo hacen en menor grado.
Una excepción a la «regla de la torsión» son los vástagos huecos, y de hecho, abundan los ejemplos de su empleo en numerosas culturas.
Me refiero al bambú y otros tallos huecos como carrizo o cañavera. Al no poseer fibras en el interior, una vez enderezados, permanecen rectos. No hay una masa interna que «tire» a un lado u otro. Esta capacidad de los «tubos» para conservar su forma ha sido aprovechada por la industria moderna en las flechas de carbono o de aluminio. Y al tener menos masa, producen también flechas más ligeras.
Hay ocasiones en las que puede ser deseable tener una flecha más pesada (en flechas de caza, por ejemplo, aprovechando la inercia de la flecha para obtener más penetración). En este caso, se suele añadir un trozo de madera dura en el extremo de la flecha, trozo al que se fijará la punta de piedra, hueso, o metal. Además así el centro de gravedad de la flecha se desplaza hacia delante, con lo que se facilita la estabilización del proyectil. Y una ventaja más: la mayoría de las flechas se rompe justo detrás de la punta al impactar contra una superficie dura (una piedra, un tronco seco…). Con este tipo de flechas, no hay más que sustituir el «inserto» añadido, y se conserva el resto de la flecha.
Flechas «primitivas» de caña, con inserto de madera dura al que se fijan las puntas de piedra |
En el yacimiento de Stelmoor (c.11.000 años) aparecieron flechas compuestas de vástago principal y otro insertado hacia la punta, y Ötzi, el «Hombre de los Hielos» (c. 5.000 años), llevaba en su carcaj un par de flechas «compuestas» en las que los vástagos presentaban ese inserto de madera dura, así que el sistema parece tener «cierta» antigüedad…
En este enlace describo cómo elaborar flechas de este tipo. El texto está en Francés, porque lo publiqué en el Boletín de Chercheurs de la Wallonie.
Una simple varilla de madera afilada y endurecida al fuego puede penetrar tejidos animales, y sin duda fue empleada por la Humanidad en algún momento y lugar. Pero la mayoría de las flechas presentan una punta de material duro para facilitar la inserción. Hueso pulido basta, pero en situaciones de caza, es mejor que la punta presente un filo cortante para que la hemorragia producida en la presa acelere su muerte. Suena siniestro, pero es menos cruel que otras cosas que se le hacen a los animales domésticos…
En cualquier caso, diversos minerales (entre otros, sílex o pedernal, jaspe, basalto…) pueden ser tallados de forma que presenten un filo cortante serrado o liso, perfectamente eficaz.
De hecho, determinados bisturíes empleados en microcirugía son de obsidiana.
Se suele contar el en mundillo «primitivista» que los aborígenes australianos rompían a pedradas los aislantes de cerámica de los postes eléctricos para tallar puntas de proyectil, lo que llevó a las compañías instaladoras a dejar unos cuantos aislantes al pie de cada poste. Los aborígenes tenían su materia prima, y los aislantes instalados servían a su propósito original. El vidrio también puede tallarse de forma satisfactoria, y la cerámica sanitaria, y otros materiales que deberá ir descubriendo el neo-aborigen aficionado.
El hierro y el acero son, como todo el mundo sabe, capaces de ser afilados hasta que afeiten pelo, y por eso han sido y son ampliamente utilizados en puntas de flecha de caza. Y, contrariamente a lo que pudiera pensarse a la vista de modernos modelos de puntas de caza, las más eficaces son las más simples: una lámina puntiaguda afilada en sus dos bordes. Las puntas de tres, cuatro filos y las que contienen mecanismos que se abren al impacto, pueden hacer heridas mayores, pero su penetración es menor.
Y numerosas estadísticas lo demuestran.
No sólo se mata con flechas de caza. En la guerra, las puntas de flecha adoptan (adoptaban, más bien) a menudo formas piramidales, especialmente en la Baja Edad Media, con el fin de perforar las armaduras.
Contrariamente a lo que se suele pensar, no hay indicios de que los arqueros europeos medievales usaran carcaj: llevaban las flechas pasadas por el cinturón, o clavadas en tierra delante de su posición en la batalla. Unos asistentes les llevaban nuevas flechas, que se transportaban envueltas en unos hatillos de tela.
Sin embargo, nuevamente Ötzi nos demuestra que en la Prehistoria europea el carcaj era ya un elemento conocido. El que llevaba es similar al de la foto, y carcajs del mismo tipo los usaban muchas naciones amerindias, como sabemos por ejemplares conservados en museos y por descripciones etnográficas de los siglos XVIII y XIX.
Es un estilo de carcaj que se lleva en bandolera, colgado del hombro, pero al nivel de la cadera y que puede desplazarse hacia atrás hasta la cintura o adelante hacia el pecho según la situación de tiro, de marcha o de gateo entre maleza.
El carcaj de espalda tan caro a Hollywood, no parece tener más de cincuenta años de antigüedad, pues no existen registros de uso de tal modelo. El problema de estos carcajs de espalda es que para sacar la flecha, hay que hacer un movimiento con el brazo bastante amplio, con lo que en una situación de caza, se espanta a la presa. Y una vez sacada la flecha, hay que ser contorsionista para volver a guardarla…
En Asia sí que existen carcajs que se llevan a la espalda, pero son más bien cajas cuadradas sujetas a la cintura, con una rejilla en la parte superior por la cual se pasan las flechas, que sobresalen a modo de cola de pavo real, pero no un tubo de cuero como nos presentan a veces a Robin Hood, a guerreros sioux o a Legolas el Elfo.
Otros carcajs asiáticos son de cuero rígido, y permiten guardar en él también el arco. Suelen fijarse a la silla de montar, o llevarse a la cintura como una pistolera.
El carcaj de cintura en forma de tubo tiene más tradición en Occidente, pero parece ser más un invento de los arqueros deportivos victorianos que una reliquia medieval…
En cualquier caso, y después de haber probado bastantes tipos de carcajs tradicionales, prefiero con mucho el modelo de bandolera como el de Ötzi: puede cambiarse de posición a voluntad o necesidad, cubre gran parte de las flechas con lo que éstas ni se pierden ni rozan la emplumadura contra ramas y salientes Es de cuero blando, con lo que los vástagos no hacen ruido al entrechocar y tocar la boca del carcaj, y una varilla (que puede ser un vástago de flecha sin montar) sirve de enderezador en la costura superior, con lo que el carcaj no se dobla al meter o sacar las flechas, a pesar de la flexibilidad del cuero.